domingo, 30 de octubre de 2005

El Beso

Para ti, niña mía.

El beso

Nuestros labios apenas se tocaron. Dos lienzos de seda que se acariciaban mecidos por una suave brisa. Mi boca recorría su hermoso rostro apenas rozando su piel, como el ala de un pájaro que besara su terciopelo. Ella se estremecía a cada contacto, su vello se erizaba al sentir mi aliento en su cuello, mi boca regresando hacia la suya lentamente, deteniéndose en cada centímetro de piel.Ejercí con los míos una ligera presión y los suyos respondieron carnosos como un albaricoque maduro. Cada pliegue se abría como un colchón blando que espera ser mullido por dos amantes. Tomé su labio inferior entre los míos, capturándolo en un abrazo suave y dilatado. Su boca se entreabrió dejando escapar un leve suspiro, respondiendo a la presión con un ligero temblor y alargándose de nuevo en busca de los míos, que esperaban a un milímetro suyo la respuesta de su boca tierna y jugosa.Acaricié su piel con la punta de mi lengua, humedeciendo lo que el fuego había secado. Ellos se abrieron más, ofreciéndose agradecidos a la caricia, gozando de la humedad recuperada. Mis caricias fueron subiendo en intensidad, buscando la gruta de su secreto, acariciando la lengua que me esperaba temblorosa de deseo. Recorrí cada rincón de su boca con mis caricias, conjurando en cada arabesco a las llamas que crecían en mi interior. Su lengua buscaba en la mía las chispas que trasmitían el fuego que nos consumía. Como cera derritiéndose, nuestros cuerpos se fusionaban en uno solo. El mundo ya no existía, licuado por la lava de nuestro volcán.Ella respondía a mi boca chupando, lamiendo, mostrando a las claras sus deseos. Ahora su lengua era como un pequeño clítoris que recibía los embates de la mía, estremecido. Ahora, sus labios recibían a mi lengua agradecidos, capturándola y recorriéndola en un anticipo impaciente de la próxima visita de mi miembro. Cada vez que abandonaba sus labios en busca de su cuello, éstos se abrían en un gesto sensual, premonitorio, formando un círculo perfecto, gimiente y ávido de aquello que esperaban recibir.Nuestros corazónes se acompasaron, interpretando al unísono un crescendo sin fin. La sangre se agolpaba en nuestras mejillas. Mis manos ansiando encontrar el roce de su piel, nuestras bocas fundidas en una danza sin fin.