martes, 27 de septiembre de 2005
Piloto automático
Las últimas luces de la tarde bañaban de rojo el paisaje mientras el automóvil recorría a toda velocidad la recta.
- Adoro hacer el amor de esta forma - ronroneó Sara a la par que el auto se precipitaba por una suave pendiente, levantando imperceptiblemente sus nalgas de los muslos de su compañero.
Alex respondió con un suspiro cuando el final de la pendiente presionó largamente el cuerpo de su amante sobre él.
- Lástima que el recorrido dure tan poco, - murmuró en su oído - en media hora habremos llegado.
Habían elegido ese trayecto por la suavidad de sus toboganes, que superaban en línea recta las interminables colinas de la meseta antes de descender la abrupta pendiente que les llevaba a su destino, a orillas del mar. Era una pista muy frecuentada por las parejas de enamorados. Ideal para hacer el amor por el camino y pasar el fin de semana junto al mar.
Sincronizaron su clímax con los últimos traqueteos del puerto, justo antes de desembocar en la corta llanura que se extendía hasta la orilla.
Sara terminaba de retocar su peinado cuando el vehículo se detuvo en la entrada del hotel. Haciendo caso omiso a la mirada pícara del portero, salió al exterior alisando su falda.
- No entiendo por qué a la gente no le gustaba al piloto automático - comentó con un guiño a su novio.
- Bueno, tengo entendido que conducir disparaba la adrenalina al personal.
- Pues yo prefiero que me disparen otras cositas... - susurró Sara a su oído, sujetando la mano de èl sobre su cadera y mirándole fijamente a través de las gafas tintadas.
Se acercaron a recepción y Alex pasó la tarjeta por el lector. Una voz metálica, carente de inflexión, le saludó:
- Bienvenido al complejo Marparaíso, señor. Mi nombre es Mary Mar. Su habitación es la 2102. Los ascensores se encuentran a su derecha. Esperamos que su estancia sea de su agrado. Si se le ofrece cualquier cosa, no dude en solicitar nuestra ayuda.
- Vale, vale, chatarrilla - comentó jocosamente Alex, sin separar la mano de la cadera de Sara - devuélveme ya mi tarjeta.
Se dirigieron al ascensor. Las puertas se abrieron automáticamente y sonrieron con satisfacción al observar el moderno interior. Nada más entrar, la pared semicircular se iluminó mostrando un paisaje de ensueño: una playa paradisíaca que se extendía hasta los acantilados que se perdían a lo lejos entre la bruma. Un mar esmeralda rompía en grandes olas, coronadas con penachos de espuma. La copa de una palmera cargada de cocos asomaba por la derecha, arrojando su fresca sombra a sus pies.
- Esto promete... - sugirió ilusionada Sara, aspirando el aroma a brisa marina... - parece que es de última generación.
- ¿A su habitación, señores? - sugirió la voz metálica.
- Sí, Mary Mar. ¿Sabes si ha llegado ya el equipaje?
- Su equipaje está listo, señor.
- Gracias.
- A su servicio.
El ascensor frenó suavemente en el piso 21. Las puertas se abrieron hacia un pequeño recibidor de paredes acristaladas. Sus pasos crujieron sobre la moqueta de poliplasma que simulaba la arena de la playa. La vista sobre la bahía era excelente. Pararon unos segundos a contemplar el vuelo de las gaviotas, que evolucionaban sospechosamente a su altura.
- Son imágenes sintéticas - comentó desilusionada Sara.
- ¿Qué esperabas? ¿Una gaviota volando delante de cada vestíbulo?
- Ya, pero preferiría que no las pusieran. Así, si pasa una, sé que es de verdad...
- Pues a mí me parece bien. Vamos, estoy deseando bajar a la playa - tiró de su mano hacia el pasillo.
Una puerta se abrió silenciosa ante ellos y la voz de Mary Mar les dio la bienvenida por enésima vez.
- Su habitación, señores. Esperamos que todo sea de su gusto.
- Sí, gracias - respondió Alex mecánicamente mientras la puerta se cerraba a sus espaldas.
- Nos cambiamos rápido y bajamos a ver la bahía, ¿vale? - comenzó a urgir a su compañera, que estudiaba el interior del armario.
- Si, claro. ¿Crees que me sentará bien? - preguntó estirando sobre su ropa un bañador plateado de profundo escote en uve que debería mostrar generosamente su ombligo.
- Claro, cariño. Ya sabes que a tí todo te queda de maravilla..
- Ya. Pero... ¿No crees que me hace el pecho pequeño? - Se volvió hacia el espejo ajustando la prenda contra su cuerpo. El contacto del tirante sobre la piel desnuda de su hombro activó el autocolor, tornando la prenda del color crema del techo. - Mary Mar, ¿podrías activar las paredes? Quiero ver cómo me queda el azul cielo...
Inmediatamente las paredes y el techo de la habitación se cambiaron, mostrando una imagen de playa parecida a la del ascensor aunque, esta vez, pequeñas olas rompían a su alrededor mansamente.
- Mary Mar: fuera volumen, olor. - ordenó Alex - No los necesitas para cambiarte, ¿verdad?
- Da igual, tesoro. ¿Qué tal me queda ahora?
Al girarse sobre sí mismo no pudo reprimir un silbido de admiración. Realmente estaba espléndida. El ajustado bañador cubría elegantemente su pubis y ascendía separándose bajo su ombligo en dos líneas cada vez más delgadas hasta sus hombros, adheriéndose a sus pechos. El cambiante azul del cielo, transitado por ligeras nubes movidas por el viento, contrastaba con la piel morena de la joven. Sara se dio la vuelta coqueta, alzándose sobre las puntas de los pies. Las líneas rectas y angulosas de la parte delantera producían un agradable contraste con la suavidad de las curvas de la insinuante parte posterior, cuyos tirantes trazaban una ligera curva que iba pronunciándose suavemente hasta cerrarse al final de su espalda.
- Deliciosamente abajo - murmuró para sí Alex.
- ¿Decías? - se volvió coqueta de nuevo.
- Nada, nada, que me gusta mucho.
- ¿De verdad? ¿No me hace algo gorda?
Nunca entendió la manía de las mujeres en insistir sobre sus posibles defectos. Ella sabía perfectamente que no le sobraba ni un gramo. Pasaba horas al día revisando su controlador biótico.
- Cariño, sabes que no te sobra ni te falta nada - avanzó abrazándola.
- Espera, espera... - le separó unos pasos - ¿seguro que está bien?
- Sí, mi amor. - no pudo ocultar un deje cansino - Venga, vamos abajo. - Terminó, enfrentándose a su vez al estante de los bañadores. En un santiamén se había desnudado y vestía un tanga irisado, cuya bolsa sujetaba firmemente su sexo, mostrando su pubis rasurado.
- ¿No te vas a poner el autocolor? - le preguntó Sara, contemplando apreciativamente su anatomía.
- No podría competir con el tuyo... parece que vamos de uniforme.
- Ya, pero me gusta más la forma del otro
Alex se preguntó qué quería decir con lo de 'la forma del otro'. A él todos le parecían iguales. Siempre los elegía exactamente a la medida de sus genitales, y las tiras que se ajustaban a sus caderas y pasaban entre sus glúteos tenían prácticamente el mismo grosor. Salvo el color, le parecía imposible diferenciarlos, pero decidió no decir nada.
- Mañana me lo pongo, mi vida. ¿Bajamos ya? - añadió con ligera impaciencia.
- Sí, espera un instante, que me cambio de calzado.
Sara se inclinó calzándose unas sandalias plateadas. Reguló la altura del tacón con un gesto mecánico. Sacó un lápiz de pintura de su bolso y fué tocando suavemente cada uña del pie. Tocó ligeramente su bañador para sincronizar el color. Las pequeñas nubes comenzaron a deslizarse de una uña a otra con deliciosa cadencia. Tomó el pequeño bolso rápidamente y salieron.
Tomando la mano de la muchacha, Alex se dirigió al ascensor. En un santiamén estaban en el espacioso hall, recorrido por unos pocos huéspedes. Un hombre entrado en años tomaba un cocktail apoyado indolentemente en la barra. La que parecía su esposa cubría su cuerpo con una gasa arcoiris anudada al cuello que ocultaba parcialmente su bañador de color mimbre. Unos niños jugaban entre los sofás con sus pistolas siderales. Alex no pudo reprimir una oleada de furor al observar la mirada lasciva con que el hombre acompañaba los movimientos de Sara. La decoración del hall, en madera y mimbre, hacía que el bañador de ella se mostrara prácticamente del color de su piel, provocando la sensación de que iba desnuda. Una ninfa desnuda, vestida únicamente con unas sandalias plateadas de tacón invisible y unas gafas de sol tornasoladas.
Miró de reojo a su compañera. Avanzaba altiva, consciente de su imponente aspecto. Estaba acostumbrada a provocar esa reacción en los demás. Se diría que, hasta cierto punto, disfrutaba de la situación, sintiéndose admirada y deseable. "Bueno, al menos le sirve para algo tanto dinero invertido en su aspecto" - pensó acelerando el paso mientras sentía sobre su espalda la mirada evaluadora de la dama. Esta vez fue Sara la que aceleró perceptiblemente.
Llegaron hasta la inmensa cristalera que se abría hacia el exterior y pararon unos instantes, disfrutando del paisaje. Una hermosa playa tropical flanqueada de altas palmeras se abría ante ellos en forma de media luna. Al fondo, los acantilados semiocultos por la bruma de las olas que rompían a su alrededor. Una pasarela de madera partía del pequeño porche, cubierto del mismo material, y avanzaba sinuosa entre arbustos cubiertos de flores hasta una caseta de techo de paja. Bajo su fresca sombra se resguardaban algunos parroquianos, sentados sobre altos taburetes. El olor a sal y a algas lo impregnaba todo. Casi podían sentir la suave brisa marina mecer sus cabellos.
- Venga, vamos a ver cómo es - tiró Alex impaciente de la mano de su compañera.
Una pequeña puerta se abrió ante ellos. Durante unos instantes permanecieron inmóviles, deslumbrados por el sol. Esperaron a que sus gafas se graduaran a la nueva intensidad de la luz y comenzaron a recorrer el porche hacia el camino.
Entonces sucedió. Sara pisó mal entre la última tabla del porche y la primera de la pasarela. El tacón automático de su sandalia reaccionó rápidamente provocando una brusca sacudida y Sara cayó sobre la pasarela, golpeándose con dureza en la sien. El golpe hizo saltar la patilla y sus gafas de sol salieron despedidas hacia la arena.
Instintivamente, estiró un brazo para tomarlas. No pudo reprimir un grito de sorpresa cuando sus dedos tomaron contacto con lo que, hasta ese momento, creía arena. Docenas de bolitas de corcho blanco se adherieron a sus dedos mientras cogía la patilla de las gafas. Levantó la vista a su alrededor. La pasarela de plástico azul avanzaba entre un mar de bolas de corcho. No había flores ni arbustos. No había arena ni conchas. El cielo anaranjado por la radiación estaba jalonado por franjas de pesadas nubes grises. Ninguna gaviota habría podido sobrevivir en aquel mar plomizo, de encrespado oleaje. A unos veinte pasos se encontraba la caseta de plástico reflectante. Junto a ella, los parroquianos conversaban animadamente encaramados a sus taburetes, todos con sus gafas de sol, ajenos a la realidad que les circundaba. Se dio la vuelta, boquiabierta aún. La mole del hotel ascendía hasta el cielo. Un imponente búnker de hormigón, salpicado de minúsculos ventanucos y recorrido por grandes tubos de aluminio anodizado.
Volvió sus ojos hacia Alex. Tardó unos segundos en reconocer que aquella masa de ciento cincuenta kilos de grasa fláccida, que mostraba impúdicamente sus rollizas formas era su compañero. Únicamente reconoció las gafas tintadas, que ocultaban sus ojos bajo un cráneo coronado con pequeños mechones de pelo gris, y el tanga irisado semioculto entre las carnes fláccidas. Tomó las gafas y las volvió como un espejo para mirar su propio rostro. Fue lo último que hizo antes de desmayarse.
martes, 13 de septiembre de 2005
Tercer Planeta, lugar de vacaciones (Capítulos I a IIII)
La alarma saltó en el Centro de Seguimiento de Robledo de Chavela, en España (CSRC-Spain, para el resto del mundo).
Cuando el SEE (Sistema de Escucha Extraterrestre) comenzó a emitir las coordenadas, el operador saltó de su silla sobresaltado. Eran las dos de la mañana, y se encontraba en ese estado de semiinconsciencia tan habitual entre los operadores de noche, cuyo único cometido consistía en vigilar los monitores, que a su vez vigilaban los procesos que se ejecutaban en máquinas cuya ubicación física desconocían.
Mirar durante siete horas seguidas las seis grandes pantallas, en las que parpadeaban constantemente líneas con texto negro sobre fondo verde, esperando que una línea cambiara a amarillo o rojo era una labor estúpida y repetitiva, así que Juan había desarrollado una pequeña aplicación en su propio PC que vigilaba por su lado la salida de los procesos antes de que se enviaran a la consola y le informaba si alguno emitía una alarma. Esto le había mantenido ocupado unas semanas, pero el efecto – muy a su pesar – fue el contrario al deseado, porque ahora no tenía nada que hacer en toda la noche. Su programa le avisaba acústicamente y pasaba las noches en un estado de duermevela.
Lo primero que pensó fue que su programa fallaba, pero en el monitor de la consola una línea había pasado del verde al rojo: “Es extraño, juraría que nunca había saltado ese testigo”, pensó mientras abría el manual de operaciones. Recorrió con el dedo la lista de códigos hasta encontrar el que buscaba: “SEE-501” – repitió mentalmente – “página 187”. Abrió el manual por la página adecuada. “A ver... acciones correctoras... ¡que raro, no hay!. ¿Y teléfono del responsable?... menos mal, al menos puedo llamar a alguien.” Marcó el número de teléfono mecánicamente. “Un móvil – pensó – espero que no lo tenga apagado, o el coordinador se va a pillar un cabreo...”. A la sexta llamada, una voz somnolienta respondió al otro lado de la línea:
- ¿Hello, who is calling?
- ¡Joder, la hemos cagao, un guiri! – no es que le cayesen mal los extranjeros, pero su inglés no era precisamente fluido – Jelo, jiar Juan Domínguez, from di si-es-er-si-espain, güi jaf an craitical alarm on auer scrins - farfulló como pudo, sintiéndose estúpido e ignorante, como siempre que tenía que hablar en inglés.
La siguiente frase fue como un bálsamo para sus oídos:
- ¿Juan? Soy Luis Robles. – Luis y él habían coincidido en varios seminarios el año anterior - ¿qué pasa? ¿por qué me llamas a estas horas?
- Luis, ¡menos mal, chico!. Perdona que te despierte, pero tengo una alarma en el SEE, y no hay ningún procedimiento en el manual.
- ¿En el SEE? – preguntó Luis asombrado - ¿Estás seguro? ¿Qué código de alarma tienes?
- Un cinco cero uno – respondió Juan con un deje de familiaridad, “que se note que estamos acostumbrados a estas cosas...” pero no tuvo tiempo ni de acabar de pensarlo, porque del otro lado del teléfono, le llegó una especie de aullido:
- ¡Juan, voy para allá ahora mismo, no pierdas de vista el monitor!. ¿Tienes una consola de AIX?
- Por supuesto, tengo varias...
- Pues arranca una sesión contra sep001, user eepeese, pasgüor pajarobobo, y llama a eeesepeceteerreele con un forc a salidapuntolog. ¡Estoy allí en veinte minutos!
El chasquido del teléfono casi le dolió en el oído. “Pues sí que está histérico el Luis éste. Ni que la NASA fuese suya” – pensó mientras se sentaba delante de la consola y tecleaba lo que le acababan de decir - “pajarobobo, hay que j... con éstos y sus pasgüors... ya está. Ahora, eespctrl | fork ... espero que sea todo en minúsculas... ¡pues sí, parece que es esto!”
La pantalla comenzó a lanzar líneas ininteligibles de coordenadas:
x=1677E-10 y=18993E26 z=46145E02 v=7,133
x=1674E-10 y=18900E26 z=46149E02 v=7,132
x=1670E-10 y=18741E26 z=46156E02 v=7,134 ...
“Bueno, ya está hecho. Ahora, a esperar a éste. Pues me ha fastidiado la noche, hoy que quería descansar para quedar con Pili prontito...”
Luis conducía mecánicamente. Sus ojos, manos y pies reaccionaban de forma refleja ante el cambiante microcosmos iluminado por los faros. Alrededor, la nada se extendía en todas direcciones excepto aquel reflejo rojizo que se dibujaba en el retrovisor. Pero su cabeza estaba más allá: más allá de la sinuosa carretera de montaña, más allá de la oscuridad que le rodeaba, más allá de las estrellas que se vislumbraban intermitentemente entre las sombras de las copas de los árboles. A millones de kilómetros de distancia, un objeto de velocidad variable se acercaba al sistema solar. Al menos, así debería ser si el sistema de escucha funcionaba correctamente.
En las simulaciones el sistema se había comportado bien pero nunca habían podido contrastarlo con datos reales. Era la primera vez en tres años que devolvía una alarma, y no las tenía todas consigo. Mentalmente se iba preparando para la decepción: seguramente sus cálculos serían erróneos; la atenuación de la señal en el espacio o la distorsión provocada por los campos magnéticos de otros cuerpos celestes podrían haber devuelto una lectura equivocada; quizás los algoritmos no eran los correctos... En estos momentos, hasta dudaba de la posibilidad de que se pudiera interpretar el retorno de las ondas emitidas desde la Tierra. Demasiadas incógnitas en juego, demasiadas excepciones que no sabían tratar. En todo caso, lo único que podía hacer era acercarse al centro de seguimiento y ver los datos con sus propios ojos.
El coche dio un bandazo a la salida de la curva. Había pisado el arcén, tapizado de pinaza seca. Tuvo que dar un volantazo para evitar salirse directamente al pinar. A éste le sucedió otro y otro... estaba perdiendo el control del vehículo. Las luces iluminaban ahora la ladera de la montaña, ahora el talud, la carretera había desaparecido, no conseguía orientar el morro, las ruedas gimieron, algo golpeó debajo suyo y una rama entró por el parabrisas con gran estrépito.
Juan releyó por tercera vez las notas de turno. No le hacía gracia tener que dejar mal a un compañero, pero aquél tipo se lo había ganado a pulso. Había pasado la noche escuchando el pitido del monitor y no se atrevía a cerrar la sesión abierta en la consola. En la pantalla, las líneas de coordenadas continuaban saliendo a razón de una cada tres segundos. De puro aburrimiento estuvo un rato cronometrándolas. Para ser más exactos lo hizo cinco veces a lo largo de la noche. No sabía que conclusión podría sacar si en lugar de un segundo y medio tardaban seis y cuarto, o sólo medio segundo, pero no tenía nada mejor que hacer. Bueno, eso y calificar mentalmente a la familia de Luis Robles, que culpa tendrían los pobres.
Pero Luis no dio señales de vida. No apareció en toda la noche. El móvil daba desconectado o fuera de cobertura; buscó el teléfono de su casa, pero no apareció tampoco por ningún lado y la noche, mirando de reojo el monitor de la cámara de seguridad de la entrada, se le había hecho interminable. Parecía como si llevara semanas allí encerrado, sin más pasatiempo que mirar las líneas que seguían llenando con exasperante regularidad la pantalla de su monitor.
Y Luis, sin venir. Estos jefes de proyecto eran la leche. Seguro que había decidido pasarle el marrón a algún becario, que aparecería a las nueve de la mañana recién afeitado y mas despistado que un piojo en la cabeza de un calvo, detrás de sus enormes gafas de concha. Y a él, que le zurzan ¿no?.
No podía dejar el incidente abierto, sin más. ¿Cómo justificaba a su relevo aquella sesión abierta? y ¿qué le decía que hiciera con ella? Odiaba rellenar informes. Varias veces había estado a punto de cortar el proceso y mandarlo todo a freír espárragos. Así no tendría que justificar nada. Pero, si aparecía Luis por la mañana o mandaba a alguien ¿qué iba a decirles? Así que finalizó la descripción de la incidencia con un lacónico: "Esperar a la llegada del Jefe de Proyecto".
Santiago entró en la sala a las siete y cinco de la mañana, fresco y recién afeitado, y encontró a un Juan cabreado, que esperaba impaciente con el abrigo puesto y la mochila preparada para marcharse.
- Qué pasa, Juanito...¿Cómo ha ido todo?¿Alguna novedad? - preguntó con aire rutinario, como hacía cada mañana, pero con cuidado de no acentuar demasiado ninguna palabra. - "Joder, parece muy enfadado, cualquiera le tose.." - pensó para sus adentros.
- Ahí te dejo las notas de turno. Cuando vengan del proyecto SEE, les dices que en la consola cuatro tienen volcándose sus datos. Menuda noche me han dado. - y dando un portazo, salió de la sala como un vendaval.
"Lo dicho, éste se ha quedado sin polvo este finde" - pensó Santiago mientras se sentaba en su silla y abría el documento - "¡Pero si no ha pasado nada!, una alarma en ese-e-e. Pues no entiendo a que viene esto. Si le hubiera tocado lo que a mí... algunos se quejan de vicio. Pues nada, ahí se queda en la consola, y a esperar a que vengan..."
Cuando, a las doce de la noche, apareció Juan a hacer su relevo, estaba de un humor de perros. Había discutido con Pili. Ella quería pasar la semana santa en el apartamento de Benidorm, con su madre, su hermano y sus sobrinos. No entendía por qué no podía pedirse un día libre, total, solo un día. ¿Es que los otros no faltaban cantidad de veces?¿Acaso no le tocaba a él doblar turnos para suplir a Santiago o a Miguel? Lo que pasaba es que él no tenía huevos. Los demás le tomaban por idiota. Claro, cuando era ELLA la que le necesitaba, no podía hacer nada; pero que se lo pidiera un compañero: entonces se bajaba los pantalones hasta los tobillos.
Había dejado en el bolsillo el anillo que le había comprado, furioso. "¡Si seré imbécil...me dejo la pasta en esta porquería, que cuesta el sueldo de tres meses... me harto a doblar turnos por pillar dos duros...es que soy idiota. Todas las mujeres son iguales. Mi madre, mis hermanos, mi menda y, por último, el payaso de mi marido!"
Miguel estaba tomándose el último café de la tarde, recostado indolentemente en la butaca. Le recibió con un guiño familiar:
- Que tal, Juanito, dice Santi que anoche te piraste cabreado. Tranquilo, tío. ¿No lo ves? Al final ni se han pasado por aquí los del ese-e-e. No te agobies, chaval, que estos son todos iguales. Mira, ahí sigue la consola escupiendo líneas como loca. Por cierto, que el fichero de log ya ocupa 20 megas, pero no te preocupes, que ya me han ampliado el failsistem. - Al ver que Juan no le respondía, prosiguió como si nada - Bueno, yo me piro que esta noche tengo partida de póker. Abur, chavalote - terminó mientras se dirigía a la puerta.
Juan lanzó una mirada de odio a la consola, que continuaba emitiendo su informe a intervalos regulares:
x=423E-10 y=5317E26 z=6212E03 v=3,100
x=419E-10 y=5284E26 z=6239E03 v=3,110
x=416E-10 y=5226E26 z=6248E03 v=3,108
...
La madre que les... ¡pues se van a jorobar!. ¡Si es tan urgente, que vengan ellos a arrancarla! Tecleó furiosamente: controlcé, controlcé, controlcé, quilmenosnueve... y después, con gran dignidad, se dirigió parsimonioso a la máquina del café.
La nave atravesaba a velocidad vertiginosa la galaxia. Todos sus viajeros dormían, mientras el piloto automático ajustaba la velocidad para evitar las órbitas de los asteroides erráticos. Habían salido de la velocidad de crucero hacía rato, y la nave desaceleraba paulatinamente a medida que se acercaba a su destino. La computadora inició la secuencia de acercamiento. Los durmientes fueron despertando poco a poco, entumecidos aún por el efecto del narcótico. Una luz tenue iluminó la sala de hibernación y las carcasas de los nichos se abrieron dispersando una pequeña nube de vapor.
Zaus se acercó al tablero de control. Tratando de enfocar sus ojos, observó cuidadosamente la pantalla de navegación.
- Estaremos en órbita en unos instantes - anunció al resto del grupo.
- De acuerdo, cariño. Déjanos un momento, porque Hercles se ha vuelto a levantar mareado - respondió Hara.
- Intenta que no manche otra vez el suelo de la cabina, por favor. - respondió su marido - No me apetece nada hacer todo el camino de vuelta con ese asqueroso olor flotando por todas partes.
- Vale, vale...¡Temisa, deja en paz a tu hermano! - la mano de Hara chasqueó sobre la nuca de la niña, que se dedicaba a dar vueltas alrededor del mareado pequeño.
Zaus volvió a concentrarse en el tablero. Allá abajo, su destino refulgía bajo la luz de su única estrella.
- Mira, Hara, es más bonito aún de lo que recordaba. Mira qué mares, qué hermosas bahías... estoy deseando aterrizar y darme un baño en aquella pequeña calita - añadió señalando un lugar del mapa.
- Sabía que era buena idea volver, cariño, aunque estuviera tan lejos - respondió su compañera, orgullosa.
- Ya, pero eso que dicen de los insectos... espero que no sea verdad que se han multiplicado, no me apetece nada tener que pasar todo el día fumigando a mi alrededor.
- Ya veremos. Ya sabes que estos destinos exóticos suelen ser así, aunque muchas veces sólo se trata de leyendas, que propagan los viajeros para que la gente no venga y preservar su pureza. La otra vez no había tantos, ¿verdad?
Zaus sonrió recordando su primera visita, nada más nacer los pequeños. Hercles correteando por todas partes... Temisa dibujando riachuelos con su manita... cuántas veces habían recordado juntos aquellas vacaciones frente al álbum de recuerdos...
continuará...
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